miércoles, 11 de diciembre de 2019

ADIÓS, "VIEJO" AMIGO

Se me ha muerto otro amigo. De cáncer, cómo no. Hoy en día es dificil que alguien muramos de algo diferente, pues la medicina ha avanzado mucho y rara es la dolencia que resulte mortal para nadie. Pero el puto cáncer sigue ahí, desafiando a los médicos y jodiendo familias, con una frialdad y una eficacia aterradoras.

Esta mañana he recibido una llamada de teléfono de un colega de mi antiguo pueblo, diciéndome que tenía una mala noticia que darme. Al oírlo, pensé inmediatamente que era para comunicarme que mi viejo abuelo había llegado al final de su viaje. Y es que el pobre tiene 99 años y ya no le quedará mucho camino por recorrer. Pero no, esta vez se trataba de alguien que, a medio viaje, se veía obligado a dejar la carretera. A fin de cuentas, mi abuelo ya lo tiene todo hecho en esta vida, pues quien llegue a esa edad y aún le queden letras en el tintero, merece una hostia de las grandes. Pero es que mi colega tenía mi misma edad, edad a la que aún te sientes con plenas fuerzas, sigues con las mismas ilusiones -quizás un poco más perjudicadas y afeadas por la vida- y crees que tienes toda una larga vida -o como mínimo, media vida- por delante.

La verdad es que hacía mucho tiempo que no nos veíamos con este amigo. De hecho, en los últimos quince años quizás sólo habíamos coincidido un par de veces. Y tal vez sólo nos hubiésemos vuelto a ver en un par de ocasiones más en el resto de nuestra vida. Quién sabe. La suya ha sido demasiado corta. Lamentablemente corta. En otro tiempo pretérito habíamos sido buenos colegas, de esos que se forjan en la más tierna adolescencia, cuando se forma nuestro carácter, nuestra forma de ser y de pensar, cuando disfrutamos de las primeras relaciones amorosas, las primeras fiestas y borracheras, cuando nuestras ilusiones han recibido pocos golpes y nos llevan de la mano a conquistar el mundo, levantándonos del suelo cada vez que nos caemos, para seguir luchando como si todo fuera una película de esas que, aunque sufras, siempre acaban bien.
Con los años, aquellas amistades de cuando éramos insultantemente jóvenes se bifurcan por los múltiples caminos de la vida y desaparecen por el horizonte. En afortunadas ocasiones se coincide con alguno en una recóndita e inesperada gasolinera, pero habrá muchos de ellos que jamás volveremos a ver. Pero ahí está la posibilidad de encontrarnos de nuevo. La muerte nos quita esa posibilidad. Ya no. Nunca.

Claro que siempre nos quedarán los recuerdos, recuerdos hermosos -y  encima maquillados por los años, como si hubiesen sido procesados por algún filtro mágico de alguna aplicación móvil- pero al mismo tiempo también dolorosos, porque ya son sólo eso: recuerdos, sin nada físico que los sostenga o los discuta, sin ninguna posibilidad de ampliarse. Vivencias que forman parte de nuestra vida y que, con cada amigo o cada personaje principal de nuestra historia que nos deja, se vuelven un poco más vacías, al igual que nuestra propia vida. Y es que hacerse mayor es un poco eso: aprender a vivir mientras mucha de la gente que formaba parte de nuestra aventura muere y desaparece. A mí me cuesta mucho, la verdad: soy muy sensible a estas cosas y me cuesta pasar página. En alguna ocasión, mi cabeza retrocede en el tiempo y se aferra a recuerdos bonitos que, ante la pérdida del protagonista de estos, se vuelven dolorosos como brasas ardientes entre unas manos que, a pesar del dolor, se niegan a abrirse y dejarlas caer.
En fin, que buen viaje, amigo mío: nadie sabemos qué nos espera después de la vida, ni tan siquiera si hay algo más. Y por eso el resto de nosotros, que tenemos la suerte de seguir con vida, debemos aprovechar cada puto momento para disfrutarla, ser felices y hacer felices a la gente que nos importa. Porque no sabemos cuántas temporadas tendrá nuestra serie, amig@s. No dejemos que pequeños problemas nos amarguen la vida. Sé que a veces es dificil, pero el esfuerzo merece la pena. Que cuando lleguemos a la edad de mi abuelo podamos mirar a la Muerte a los ojos y decirle que nos vamos satisfechos después de una vida plena y feliz.

P.D. Necesitaba escribir algo, vaciar un poco la cabeza de pensamientos acumulados durante el día. Quizás para pasar página y volver a enterrar esos recuerdos en el fondo de mi cerebro, donde reposen y vuelvan a ser hermosos.