sábado, 16 de febrero de 2019

ALGO QUEDA

Siempre he sido una persona de mente inquieta, una especie de humanista descafeinado, ávido de aprender sobre todo y de vivirlo todo, cosa que me ha llevado a descubrir la veracidad de la tan manida frase "Quien mucho abarca poco aprieta". Y es que hoy por hoy me defiendo en múltiples campos de la vida, pero quizás sólo me considere suficientemente válido en el aspecto vocal. Y tengo que reconocer que este "éxito" tampoco ha sido mérito mío al 100%, pues en mi caso se trata de un don natural. Ya desde bien pequeño tuve mucha facilidad para cantar y entonar correctamente, atacándole a temas de Phil Collins o Duran Duran en una especie de "inglé inventao", como decían con no poco cachondeo los "No me pises que llevo chanclas". Estoy seguro de que, si hubiese tenido que estudiar canto como cualquier otra persona con poca facilidad para ello, no hubiese pasado de ser un aficionado con algo de gracia.

Seguro que los que me conocen bien dirán que estoy hablando por boca de mi siempre baja autoestima, pero qué le voy a hacer: esa maldita comadreja me ha acompañado durante toda mi vida y, por lo que parece, también la tendré a mi lado relamiéndose cuando esté agonizando en mi lecho de muerte. Y no es que vaya a morirme, no, pero mi otro animal de compañía, el pesimismo, me lleva muchas veces a pensar en la fugacidad de la vida y lo que quedará de nosotros después de irnos, más allá de las lágrimas y los amorosos recuerdos de nuestros seres queridos -y las condolencias falsas de aquellos a los que no les has caído bien... pero serán demasiado cobardes para reconocerlo.

Y es que la mayoría de nosotros tenemos un potencial enorme para hacer cosas de todo tipo. Las mías se centran bastante en el ámbito artístico. Estoy seguro de que se me hubiera dado bien dibujar si le hubiese dedicado el tiempo necesario para aprender. Me pasaba las horas de instituto dibujando en las clases, fuera en un papel o directamente sobre la mesa -cosa que mis profesores no valoraban especialmente, todo sea dicho. Era algo que me gustaba y me entretenía a partes iguales, mientras de fondo tenía, por banda sonora, la retahíla del maestro de turno esforzándose -o no- para que aprendiéramos unos conocimientos que, en teoría, nos resultarían tremendamente útiles para enfrentarnos al despiadado mundo laboral que nos aguardaba, agazapado, unos metros más allá de la puerta de salida del "insti". Pero el hecho es que no tenía tanta facilidad para dibujar como para cantar; la necesidad de dedicarle más esfuerzo del que yo estaba dispuesto a entregarle a nada concreto me hizo desistir y convertir mi afición por el dibujo en algo pasajero y que pronto dejo de interesarme.

Me encantaban los videojuegos. Bueno, y me siguen encantando, pues les dedico la mayor parte de mi tiempo libre, jugando a todo lo imaginable, cosa que me impide hacer otras cosas más productivas con mi vida y me provoca no poca angustia vital. Sí, lo sé, pero yo soy así. Me hubiese encantado ser programador de videojuegos: disfrutaba como un enano en las clases del instituto programando, pues tenía mucha facilidad para entender esos, en teoría, complicados conceptos y disfrutaba con cada libro que caía en mis manos sobre uno u otro lenguaje de programación. Seguramente me hubiese gustado trabajar como programador, pero algo me cortó las alas. Por aquel entonces no existía la carrera de "Diseñador de videojuegos" y los caminos para llegar a ello eran tortuosos y no muy placenteros. Pero eso no fue mi principal escollo, sino una frase lapidaria como pocas: "Para programar videojuegos necesitarás altos conocimientos en Física y Matemáticas". Y ahí se derrumbó mi ilusionado castillo de naipes, pues eran dos de las asignaturas que, debido a algunos errores de cálculo básico que arrastraba desde tiempos inmemoriales, se me daban bastante mal. Seguramente también influyeron los 16 años que tenía en aquel momento, cuando cualquier pequeña piedra en el camino hace que tu "yo" rebelde se salga de la carretera y tire campo a través. Ya de mayor me reconcilié con las mates y me saqué el grado superior en Administración de Sistemas Informáticos y el de Telecos - este último aprovechando no pocas convalidaciones de assignatures con el anterior. Pero mientras estudiaba sucedió un imprevisto que me impidió el seguir persiguiendo ese ansiado sueño: me llamaron de la orquesta "Tándem" y me ofrecieron un sueldo - UN SUELDO, OJO- para poder vivir de mi voz. Llevo nueve años dedicándome a ello, primero con esa banda y ahora con la orquesta "Saturno". Y tengo que decir que estoy encantado con ello. Pero eso sí: mi aventura videojueguil -por lo menos como programador- ha quedado en el limbo de los viejos proyectos inconclusos.

Muchos de mis conocidos opinan que se me da bien escribir: yo también lo creo -cosa rara; debí pillar a mi baja autoestima con la guardia baja-, aunque soy consciente de que me faltaría mucho trabajo y dedicación para convertirme en un profesional. Me gustaría escribir un libro algún día, por aquello que dicen de que "Antes de morir...", pero como en todo lo que hago y que me cuesta más de lo estrictamente necesario, me falta dedicación plena a ello y entregarme en cuerpo y alma. He escrito algunos relatos cortos -CASI terminados-, tengo bastantes ideas que vienen y van... pero a día de hoy continúo sin empezar un proyecto con cara y ojos que me llame lo suficiente como para dedicarle horas y terminar-lo. Aunque estoy prácticamente convencido de que será una de las cosas que haré en un futuro; quizás no muy cercano, eso sí.

También estoy intentando sacar mi disco en solitario. Bien, quizás llamarlo disco sea un poco aventurado, pues por el momento sólo se trata de un amasijo de temas inacabados -¿INACABADOS?¿Esto también, pedazo de fistro?. Poco a poco la cosa va tirando adelante, pero antes debo derrotar a otra de mis bestias: el perfeccionismo, que hace que mi filtro personal sea tan estúpidamente exigente que no pasaría por él ni el "Seventh son of a Seventh Son" de los Maiden, en caso de que lo hubiese compuesto yo. La lucha continúa, pero ésta creo que la venceré ;-)
Por suerte para mi corazoncito -vapuleado desde siempre por mis ansias de hacer cosas y mi poca capacidad resolutiva para llevarlas a cabo-, hace casi 7 años empecé un proyecto que, aunque me llevará toda la vida -y también tendré que dejar inacabado el día que me muera-, me llena de felicidad y consigue que haga las paces con mi vida: tuvimos con mi compañera un par de hijos preciosos que me hicieron abrir los ojos; ni el libro más perfecto, ni el disco más emotivo, ni el videojuego más espectacular que yo hubiese podido crear en otra de mis possibles vidas alternativas podrían rivalitzar en forma alguna con esas caritas que adoro más que nada. Mi mejor obra, sin duda alguna.
Ahora ya puedo morirme tranquilo. Pero a los 115 años, claro :-P

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